Era tan guapo

Aquel verano todo sucedió demasiado rápido. Yo tenía quince años y ya me creía mayor. Salía y entraba de casa sin dar explicaciones. Había sacado buenas notas durante el curso así que tenía todo el verano completamente libre. Salía hasta sin ningún plan, sólo por no estar en casa.

Mi madre me miraba con paciencia y disimulo esperando el batacazo que me daría. Y que finalmente me dí. Yo la miraba engreída y pensaba “qué sabrás tú mamá!”. Pues sí, sí que sabía, sabía mucho más de la vida que una cría de quince años. Pero claro, el egocentrismo propio de mi adolescencia no me dejaba ver más allá de mis propios granos de acné.

Todo iba bien, tenía buenos amigos, hacíamos planes divertidos… hasta que lo ví. ¡Era tan guapo! y él lo sabía. Debí haber corrido en dirección opuesta. 

Pero no lo hice.

Ahora me veía sola. En la puerta de aquella clínica, tomando la decisión fuera cual fuese que me cambiaría el resto de mi vida.

Clara

 

Es una cazadora nata…

Busca provocar en ti una especie de calambre invisible. Un calor traducido en atracción y deseo inevitable. 

Alcanzar el perfecto dominio de su poder, es para ella la mayor diversión que pueda tener en su vida.

Y lo hace instintivamente, sin ningún manual ni decálogo al que recurrir. Otra, necesitaría un buen libro o una guía bajo el título “Los 10 trucos para conquistar a quién quieras”.

Ojalá pudieras conocerla…

Recuerdo que te miraba cuando sabía que te percatarías de ello, pero sin buscar el contacto visual directo. Se centraba en un detalle de tu fisonomía o de tu vestimenta – eso nunca pude saberlo con certeza – pero creo que hace eso. Entiendo que es su truco para entrar en su propio clímax. Y en ese punto, ya te podías dar por cazado, porque no había vuelta atrás. 

No sé cómo lo hace…

Si te elige, percibes sobre tu cuerpo una sensación densa, en la que deseas habitar. Te hace sentir tan especial, tan sexual que su imagen se mete en tu intelecto y en tu entrepierna. Y es ahí donde tendrás su caída de ojos y su aroma. 

Para siempre…

Puedes estar en la ducha, de camino al trabajo, en un taxi o follando con un desconocido, que ella reaparecerá en tu mente y en ese momento resurgirá en ti esa sensación conocida. Te sentirás la persona más especial de la faz de la tierra.

Su permanencia en ti, te habrá transformado para siempre. Sabes que has sido metamorfoseado en algo superior al resto. Tu forma de respirar, la sensibilidad de la yema de tus dedos, la humedad en ti y hasta el bombeo sanguíneo, no es que ahora sean más intensos, digamos que son sensitivamente especiales.

Ella es la que puede abrir su puerta a las tres de la mañana, es la que puede calmarte. Deseas que ocurra, pero no sabes si contigo llegará a hacerlo algún día. Lo piensas y te pones a cien.

Hoy la voy a ver…

Hemos quedado varios colegas. Hace mucho que no nos juntamos el grupo completo y todos hemos confirmado la asistencia a la cena (ella también). Seguro que viene. Me lo puedo imaginar. Llegará unos minutos tarde, acalorada y pidiendo disculpas con olor a hibisco. Se sentará, sonreirá a todo el grupo y me excitaré si siento su mirada desplomarse en mí.

Mataría por tocar sus labios…

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Caballito de Mar

Me veis frágil, como de juguete, pequeño y a la merced de la marea. Pobrecito pensáis, pero no sabéis nada. Miradme fijamente. Estoy herido lo sé, gravemente herido pero sigo luchando. Soy más fuerte de lo que creéis. Probablemente más fuerte que cualquiera de vosotros. No me infravaloraréis, soy un importante guerrero. Estaba al mando de varios regimientos de los más feroces y sanguinarios caballitos de mar. (Imaginar un poco, please)

Mis ordenes eran simples defender la colonia. Y así hice durante meses, sufriendo el asedio principalmente de doradas y atunes. Nuestra colonia sufría, estábamos rodeados, no podíamos salir de nuestro refugio de roca. Pero el alimento empezó a escasear y el hambre es muy mala. Los caballitos empezaron a enfermar e incluso los más débiles a morir (fue horrible ver llevarse la marea a tantos) Nosotros, que protegíamos la colonia, éramos unos privilegiados teníamos una escasa comida al día, pero los demás no eran tan importantes. (Ahora dudo si nos alimentaban por proteger a la colonia o a los muy sabios) 

Cuando la situación fue insostenible, la asamblea de los muy sabios se reunió de extrema urgencia (ya veis que los dirigentes son iguales en todos los lados) y llegaron al acuerdo de mandar patrullas de valientes soldados, aprovechando la oscuridad de los días de tormenta, a la búsqueda del ansiado alimento. (Os preguntaréis qué come un caballito de mar, yo os lo digo: lo que entre en mi pequeña boca.. pequeños peces o crustáceos, larvas, anélidos.. todo eso) 

Yo me ofrecí voluntario para dirigir uno de esos grupos suicidas (ninguno volvió con vida y menos con alimentos) siempre me rechazaron aludiendo que era más importante protegiendo la comunidad. Maldita sea mi suerte – pensaba, yo soy un valiente soldado no un cuidador, eso lo puede hacer cualquiera. Solo hay que repeler cualquier ataque con más virulencia aún. Recordamos entre risas un ataque de tortugas marinas donde terminamos cabalgando en sus caparazones, fue genial. Pero no es momento de contar batallitas.

En el siguiente cambio de marea me reuní con cuatro de mis más fieles guerreros y decidimos desobedecer a la asamblea de los muy sabios. Buscamos a otros caballitos que nos suplantarán en nuestra posición para no alertar a la población (nadie se iba a dar cuenta, somos todos iguales) y les expliqué el plan: Durante el mar en calma, cuando menos se lo esperan, nos íbamos a deslizar entre el bosque de algas y así hicimos (los atunes pasaban ansiosos por todos los lados, sin vernos) hasta las puertas del desierto, fondo de arena fina donde habitan las rayas. Otro de nuestros mayores enemigos. Uno a uno nos fuimos sumergiéndo en la arena del fondo marino para movernos bajo ella, allí tuvimos la primera baja. Mi segundo chocó de frente con una raya que estaba durmiendo bajo la arena, fue cuestión de una milésima de segundo y desapareció para siempre. El tercero ocupó el papel del segundo y el cuarto del tercero (es sencillo) continuamos. Tras varios días la travesía del desierto acabó y vimos a lo lejos entre rocas gran cantidad de comida, lo habíamos conseguido. El segundo decidió aventurarse sin esperar mis ordenes y una tortuga marina que estaba al acecho lo devoró. El anterior cuarto que después pasó a ser tercero y que acababa de heredar el segundo decidió atacar a la tortuga marina, recordando viejas batallitas. Error. 

Ahora ya estaba solo. Tengo que reconocer que no me busqué el mejor comando, la verdad. La tortuga esperó un rato por si había algún espabilado más. Con el paso de los minutos se relajó, comenzó hacer la digestión, sus ojillos se le fueron cerrando. En ese momento aproveché para salir de mi escondrijo y cargar el máximo de comida en mis alforjas (si, nosotros también tenemos) me volví a adentrar en el desierto y posteriormente en el bosque de algas. Por fin llegué a la colonia tras muchos días de supervivencia y extenuado. 

Pero no me encontré un gran recibimiento, todo lo contrario, el asedio había terminado. La imagen era dantesca, estaba todo devastado, aniquilado. Busqué por todos los sitios sin encontrar ni rastro de ningún superviviente. Todo había acabado. Sentí que había fracasado al dejar la defensa de la colonia en manos inexpertas, mi orgullo pudo conmigo, mi estúpido ego. 

Deambulé unas mareas por donde antes fue mi hogar, el hogar de tantos caballitos de mar. La tristeza y la soledad fueron mis únicas compañeras. Fue entonces cuando decidí que la vida no tenía sentido si no la dedicaba a vengar a mis hermanos.   

Salí de mi santuario de roca y me adentré en la oscuridad absoluta de la profundidad del mar. Allí aprendi a vivir en la oscuridad, a alimentarme exclusivamente de plancton y en hacer de la estrategia mi verdadero poder. Ya estaba preparado. Comencé a hacer incursiones rápidas en territorio enemigo, con una máxima; todo pez por muy grande que sea, una vez fue un huevo. Y allí es donde dirigía mis ataques, fue una buena época. Hasta que me encontraron.. y ni la oscuridad más profundad del mar logró evitar los feroces ataques. La oscuridad evitó mi muerte pero no las heridas. Mal herido e inconsciente me dejé llevar hasta la superficie, en horizontal y de ahí la marea me meció durante días hasta mostrarme el fin de lo que yo creía infinito, la mar.

Estoy agotado, mi tiempo se acaba. Intento luchar pero solo logró darme la vuelta, no tengo más fuerzas. Las heridas me duelen mucho, no estoy acostumbrado a ese sol tan poderoso. Me cuesta respirar, desfallezco. Una gaviota me mira fijamente, mientras escucho sonidos muy agudos e incalificables.  

IN MEMORIAM Caballito de Mar

Whats App, trastornos mentales y lentejas sin chorizo

14 agosto

Tú: Hoy en día una novela solo puede comenzar en la consulta de un psicólogo, o en una conversación de WhatsApp. Una novela que no pretenda cambiar el mundo, claro. Una novela que aspire, como mucho, a que una no termine el día en las vías del tren     12:00

Mari Paz: Eso no tiene mucho mérito, las vías del tren en un agosto como este no serían mi primera opción de suicidio. Ni la segunda. Es más, no tengo opciones de suicidio hasta al menos dentro de unos doce años, que el niño pueda según la ley apañárselas solito. Y entonces me iré a Bolivia     12:00

Tú: A suicidarte     12:01

Mari Paz: ¡No, coño! A ayudar a la gente y encontrar un sentido a la vida que no sea pagar facturas, acudir a fiestas de cumpleaños infantiles en parques de bolas, y preparar lentejas con chorizo. Con el asco que me da el chorizo en las lentejas. ¿Tú crees que el niño podría crecer saludablemente sin chorizo en las lentejas?     12:01

Tú: Claro, es más. Creo que podrías alimentarlo solo un día sí, otro no     12:01

Mari Paz: Me meo XD, eres bruta como tú sola     12:01

Tú: Como de mi pueblo, sí. Qué quieres, yo vivo básicamente de brócoli y pistachos. Si piensas en cómo hubiera crecido conmigo, me parece que unas lentejas sin chorizo cada dos días son mejor opción     12:01

Mari Paz: Menos mal que el pobre nunca leerá estas conversaciones, se pensaría que su madre no lo quiere. Tendrían que incluir en el WhatsApp una función de aviso…, algo así como: “con ese comentario está usted infringiendo todos los códigos éticos de madre monoparental, podría crear severos traumas futuros a su hijo”     12:01

Tú: En primer lugar, su madre lo quiere más que nada en el mundo. Y su tata, o sea, yo misma, también. Si no lo hubieras traído al mundo nuestra vida sería mucho más aburrida, cosa que ya es difícil de imaginar. Y, en segundo lugar, tu idea me parece un horror, si la aceptáramos ya solo tendría el escenario de la consulta del psicólogo como principio para la novela     12:02

Mari Paz: No vas a escribir una novela. Eres demasiado vaga. Acabas de decir que te alimentas de brócoli y pistachos, y lo peor es que es verdad     12:02

Tú: Delicatesen, no entiendes nada. Escribiré una novela. Soy vaga, pero con sueños     12:02

Mari Paz: Me parece bien. ¿Tienes un pimiento verde para mis lentejas?     12:03

Tú: No, pero tengo mitad de uno rojo y mitad de uno amarillo. Te da casi para una bandera de España     12:03

Mari Paz: Nada, pues sin pimiento     12:03

Tú: Ni chorizo     12:03

Mari Paz: Pero les pondré mucho amor     12:03

Tú: Di que sí, que eso alimenta una barbaridad     12:03

Mari Paz: ¿Ironía?     12:03

Tú: No sé qué es eso     12:03

Mari Paz: Ya…    12:03

Tú: Ya…     12:03

Tú: ¿Te das cuenta que tus lentejas son como una metáfora de nuestra relación?     12:05

Mari Paz: ¿Sí?     12:05

Tú: Mucho amor sin chorizo. O sea, muy espiritual todo     12:05

Mari Paz: Es que somos amigas, no quiero acostarme contigo     12:05

Tú: Ya, pero desde hace años parecemos novias     12:05

Mari Paz: Cierto. ¿Para qué te divorcias justo cuando yo decido ser madre soltera? Entre eso, que estuviste en el parto, y nos recorrimos el barrio juntas con el carrito, pues ya me dirás   12:06

Tú: Y los bares     12:06

Mari Paz: Y los bares…, ¿ves cómo hace falta esa aplicación? Con menos de esto seguro que llaman a los servicios sociales      12:06

Tú: ¿Por ser casi novias?     12:06

Mari Paz: Porque parece que solo llevamos al niño de bares     12:06

Tú: Mentira, también bebemos en casa.

Mari Paz: Ya…     12:06

Tú: Ya…      12:06

Tú: En fin, que me voy al psicólogo      12:06

Mari Paz: Y yo a poner las lentejas. Yo creo que si fuéramos ricas y no tuviéramos que trabajar más, necesitaríamos muchos menos psicólogos.      12:07

Tú: Que lo sepas…     12:07

Mari Paz: Pues eso… 12:07

Tú: Y si nos hiciéramos vegetarianos aportaríamos mucho al medio ambiente, y además no tendríamos que volver a preocuparnos por el chorizo     12:07

Mari Paz: Que lo sepas…     12:07

Tú: Pues eso…     12:07,

Tú: Os quiero     12:07

Mari Paz: Nosotros también     12:07

Foto sobre el texto de @mdelacruzruiz

A piñón fijo

Eran apenas las 8 de la mañana y Amaya llevaba ya un rato medio despierta, medio dormitando, tapándose la cabeza con la almohada. El hecho de que el sol hubiera hecho acto de presencia a las 4 de la madrugada no ayudaba en absoluto a mantener un sueño placentero, máxime con la ausencia de persianas. “¿Esta gente del norte de Europa no sabe lo que es la melatonina?” Se preguntaba refunfuñando para sus adentros. “Madre mía, si parece mediodía y no son ni las 8,” lloriqueaba en silencio.

Sin embargo, a pesar de la falta de un sueño plenamente reparador, estaba deseosa de comenzar el día y de comerse Varsovia. Se encontraba en casa de su amigo Vincenzo, más exactamente en su sofá, detalle que obviamente tampoco contribuía a un descanso muy reconfortante. El plan previsto era visitar la ciudad en bicicleta y se sentía ansiosa por iniciar la ruta. Hacía mucho que no montaba en bici, pero dicen que eso nunca se olvida, ¿no?

Le evocaba a su infancia, en la que pasaba veranos enteros en el pueblo de aquí para allá con aquella destartalada BH azul celeste ya descolorida. Cuantos derrapes sin éxito había hecho, cuantas heridas curadas con alcohol por la abuela, siempre presta a desinfectar. Sí, recordaba perfectamente los gritos de dolor: “¡no, alcohol no!,” ante su abuela impasible, en una costra sobre otra que representaban la imagen de un verano a rebosar de todo tipo de aventuras y, desventuras, claro.

Por fin Vincenzo despertó también. Él vivía allí y se ve que su melatonina estaba más acostumbrada a la luminosidad de las “noches” de verano. Tomaron sosegadamente un desayuno fuerte y saludable a la vez que charlaban sobre la maravillosa jornada que les esperaba al pedal. Mientras, en el exterior, el cielo se reía entre bajinis de sus planes, lanzando algún trueno y algún chaparrón, para amenizar la charla. Pero no había nada ni nadie que les pudiese desviar de su ruta cicloturista.

Bajaron a la calle para preparar las bicis y comenzar el camino. Hincharon las ruedas, secaron los sillines, acomodaron la mochila en las respectivas cestas y llegó el gran momento de empezar a pedalear. Y ahí surgieron los primeros, llamémoslos: inconvenientes. La bicicleta prestada a Amaya era de piñón fijo.

  • ¿De piñón qué? – exclamó Amaya.
  • Que se frena pedaleando hacia atrás. – Explicó Vincenzo.
  • ¿Pedaleando hacia atrás? ¿En serio? ¿Pero qué sistema raro es ese?
  • Bueno, es muy popular en esta zona. Seguro que te acostumbras rápido.
  • ¿Sí? ¿Tú crees? Bueno, quizás sea como con los patines de dos y dos ruedas y los de línea. No fue tan difícil cambiar el chip… Ya veremos… ¿Quién dijo miedo?

Nada más iniciar el pedaleo, la bicicleta paró repentinamente y Amaya casi se cae. Le había pillado totalmente de improviso, pero “solo” supuso un golpe en la entrepierna. Primer strike, pero aún quedaba mucho partido por jugar.

Vincenzo la animó diciéndole que iba a ser todo carril bici, que no se pusiera nerviosa, todo iría bien. Pero no era exactamente así, no todo era carril bici, había que llegar a él por calles y calzadas poco concurridas, y llegaron. “¡Bien!” se autoanimó Amaya.

A pesar del goteo intermitente del cielo, el paseo estaba siendo encantador. Pasaron junto a un parque donde todos los domingos se organizan conciertos de Chopin, y ahí estaba, abarrotado de gente escuchando al pianista interpretar obras del genial compositor. Pasado el parque se adentraron en el barrio de las embajadas. Arquitecturas vanguardistas, de diseño, un deleite para la vista. Poco después, parada técnica para un café con una amiga varsovina y un pequeño descanso del pequeño suplicio de la bici de los frenos hacia atrás. No, todavía no se había habituado a ella…

Retomar la conducción tampoco era fácil, tenía que colocar el pedal en el lugar preciso para poder arrancar con comodidad. Amaya se agachaba a pedalear con la mano y posicionarlo a punto. Y claro, luego cuando iniciaba la marcha, frenar siempre era un problema. Estaba llegando al punto de odiar los semáforos y a cualquier persona que osara acercarse a un paso de cebra cuando ella circulaba. ¿Debía ceder el paso y arriesgarse a caerse? Disyuntivas del primer mundo.

Tras otro rato en bici, decidieron pasear un poco caminando a pie por el centro histórico y poder así descansar del estrés que le estaba suponiendo a Amaya circular con ese invento del diablo. Sí, un rato de tranquilidad y deleite del stare miasto varsovino.

Después de comer en una terraza cubierta, al resguardo de la lluvia, una vez hubo escampado, decidieron retomar la marcha bicicletera. Ahora irían al Vístula, a pasear por la orilla del río y cruzar al otro lado, lo que llaman Praga, el único barrio superviviente de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, y símbolo, por tanto, de la resistencia.

Vincenzo le ofreció un cambio de bici, puesto que la suya era de frenos de zapata, los de toda la vida. Amaya probó pero el sillín era demasiado alto y no disponían de herramientas para bajarlo, así que continuó a piñón fijo con la suya, convencida de que en algún momento se acostumbraría a ese nuevo sistema.

Praga era un barrio apacible y bohemio en algunas zonas. Cafeterías y restaurantes de estilo hipster, inmensos parques, que más parecían bosques frondosos, y algunos edificios con agujeros de metralla de la época.

El cielo, siempre amenazante, les hizo pedalear más rápido de lo esperado. Vicenzo deseaba volver al otro lado del Vístula cuanto antes puesto que desde ahí no era fácil tomar transporte público en caso de un más que probable aguacero de verano. Tan rápido iban, que cuando llegó el momento de frenar para cruzar una carretera, Amaya no acertó bien con el pedal hacia atrás. El semáforo se acababa de poner en rojo y no sabía si habría margen de maniobra para cruzar igualmente. Vincenzo, ágil, frenó enseguida y se giró a ver la trayectoria de Amaya, que venía como un torrente, directa hacia al paso de cebra donde debía parar sí o sí. Varias filas de coches desafiantes amenazaban con arrancar en cuanto su semáforo estuviese en verde. Amaya en su intento de frenar hizo amago de bajar de la bici y perdió el control de los pedales. Vincenzo, que la veía llegar acelerada, trató de agarrarla por el manillar para hacerla parar. El carril bici tenía una ligera inclinación que aceleró más su trayectoria, lo que hizo que Vincenzo no solo no consiguiera frenarla, sino que le arrastró también a él hacia la calzada. Los coches impacientes habían arrancado ya. Bum! Craft! Boing! Chof!

Nuca debió hacerlo

¿Conoces esa sensación? Seguro que sí, ese impulso que te obliga a hacer algo que en realidad no deberías hacer.


Ese pastel sobre la mesa que el gato nunca debió devorar.


Ese bolso de tu abuela que nunca debiste abrir.


Esa última copa que nunca debiste beber.


Esa fuerza interior que te mueve a hacer cosas que una persona razonable como ella nunca haría.


Pero ella lo hizo.


Esa poza no era agradable, estaba llena de un agua oscura y maloliente.


Pero fuera hacía calor.


Un calor agobiante, insistente y sofocante.
Su cuello sudaba, sus piernas ardían y sus pies sólo pensaban en dar un paso hacia adelante…


En el interior de la poza, algo se movía. Algo que parecía estar vivo,

Pero era imposible averiguar de qué se trataba.


Su cabeza le decía que no era buena idea, pero sus pies se movieron solos.


Ese impulso que te mueve a hacer cosas que en realidad no deberías, movió esos pies que debieron permanecer quietos.


Nada más introducirse en la poza una fuerza inmensa y desconocida tiró de ellos hacia el fondo.


Nunca debió hacerlo, pero nunca nadie lo supo.


Periódico local del día siguiente:

“Se alquila apartamento muy coqueto en el centro histórico de la ciudad. Incluye patio con fuente y jardines. El actual inquilino lo ha dejado repentinamente sin previo aviso por lo que podrá usar sus enseres hasta que sean reclamados”

Los días bellos de la fea del pueblo.

Nunca pensé que llegaría a recibir tan singular distinción de la fea del pueblo. 

He de reconocer que al principio, la noticia me sentó fatal, pero poco a poco me he hecho a la idea y reconozco que a falta de otros galardones en mi vida, aceptar la reciente mención es lo mejor que puedo hacer.

Pensé que se trataba de una broma, al no tener más noticias del tema durante las próximas semanas. El tiempo pasó y casi me olvidé del tema. Digo casi, porque me generó cierto malestar el pensar que aunque nunca fui de una espectacular belleza digna de la mismísima Cleopatra, no consigo entender cómo había podido llegar a conseguir tal galardón. ¿Tanto me he abandonado durante los últimos años?

Y por otro lado, ¿un Ayuntamiento serio se dedica a poner etiquetas de esta manera a sus ciudadanos? ¿Cuales serían los otros seis premios? Uffff. Qué grima!

Después que si Planes de Igualdad, lenguajes inclusivos y toda esa retahíla que ni ellos mismos se creen.

Pues bien. Sigo con lo mío.

Me ha llegado un mail del correo corporativo del Ayuntamiento del pueblo, citándome en el Salón de Plenos para este asuntito. Me lo he pensado mucho, porque no pensaba seguirles el juego, pero después decidí decirles lo que pienso, en persona. Y allá me dirijo.

Subo las escaleras y tomo el pasillo de la derecha. Compruebo que llego antes de hora, pues solo hay un chico provisto de una caja de botellitas de agua mineral. Me dice que me siente dónde quiera y que espere. Poco a poco van entrando varias personas que – sin dar ni los buenos días –  no paran de hablar no muy bien, de alguien usando palabras en clave. 

Es evidente que esta pantomima me está alterando en demasía y es que llevo media hora esperando y aún no ha llegado el Alcalde. 

Justo cuando me estoy levantando para largarme de aquí, llegan tres mujeres y la de la izquierda comienza a hablar. 

  • – “Buenos días a todes! Bienvenides! Soy Beatriz, la Concejala de festejos y tengo el placer de anunciaros que este año seréis las personas elegidas en nuestras fiestas. Cada uno, recibiréis una banda que os proclamará persona especial hasta las fiestas del próximo año. El requisito era estar empadronado en el pueblo, ser votados y eso sí, el voto definitivo de nuestra queridísima alcaldesa. Os dejo con vuestra concejala de protocolo y redes sociales, Carolina”.
  • “Hola. Soy Carolina y os comento. El día clave será el próximo domingo. Tenéis que firmar este documento sin importancia, para el tema de las fotos y demás, ok?. El acto será retransmitido por Streaming y se subirán fotografías y videos por Instagram y demás redes, ok? Enhorabuena. Ahh, otra cosa.  Importante, eso sí. Vestiros de cualquier color menos de verde, porque así es como irá Antonia, la Alcaldesa. De ese color. ¿Qué más…? Nada. Eso es todo. No, no… ya sabréis que Antonia quiere pasar lista y nombraros. Adelante, Alcaldesa”.
  • – “Hola, queridos y queridas vecinas. Soy Antonia Abad”. 

Con la espalda recta y el cuello más tenso que una maraca, nos comienza a hablar la Alcaldesa, con una maravillosa sonrisa y un vestido de múltiples estampados y brillos. Nos cuenta, los orígenes de tal festejo y comienza a nombrarnos de uno en uno. Jesus Almagro, el listo del pueblo; Andrea Rus, la emprendedora del pueblo; Adelina Muñoz, la celestina del pueblo; Maria del Mar Torres, la ecológica; Manolo Pérez, el manitas; Pepe del Molino, el más longevo y María Dolores Guzmán (yo), la fea.

Mientras nombra a mis talentosos compañeros la pude reconocer. Qué me aspen si no es la Toñi. ¡Será capulla la tía! 

Decido esperarme a que termine el dichoso postureo mañanero, aparentando que busco algo en mi enorme bolso. Y en esto que oigo: “Maryyyyy ven conmigo, que es la hora de desayunar” Me giro y ya estaba agarrándome del brazo y llevándome – sin parar de hablar- hacia el exterior del edificio.

  • – “Neena! Qué ganas de verte tenía! Estás divina! ¿Cuántos años han pasado? Cuando me enteré que te mudaste aquí, me puse como loca! Y se me ocurrió darte esta sorpresa”.- me dice la puñetera.
  • – “Tú si que estas bien, tía! Estás igual! Me alegra verte! Pero dime: ¿desde cuando te interesa la política?! JJJJaaajaaaaa! Hiciste la carrera a regañadientes! Serás mamarracha! JJJaaajjjaaa”.
  • – “Anda, calla y no te quejes. Que no ha sido fácil darte la sorpresilla ésta. Resulta que la fea del pueblo quedó vacante porque aquí nadie se atreve a señalar a nadie y por eso te pude colar. Tú, déjate llevar. Solo tienes que subir, yo te coloco la cinta, nos hacen una cuantas fotos y listo. Y con ese galardón, tienes un pase Vip para todo el año en el Balneario de San Pascual, tontica!”.
  • “Pues, reina. ¿Qué te digo?”.
  • – «Dime, Toñi, a mandar y déjate de moralismos, Mary«

Stone Heart

No entiendo. En cuanto lo comento en alguna conversación trivial, la gente directamente no me cree. Me miran como si fuera un ser extraño, inhumano. Sinceramente creo que, si tuvieran posibilidad, me encerrarían en un zoológico. ¿Tan extraño es?

Joder no. Una cosa es que no sepa o pueda amar y otra es que me guste ser un incapacitado emocional.

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Mis dibujos los coloreo sin lápices y siempre termino rompiéndolos.

Sinceramente creo que en algún momento de mi niñez o adolescencia, no me acuerdo bien, sufrí un pequeño trauma que se me ha ido afianzando y agravando, según pasaba el tiempo, hasta convertirse en la época actual en mi señal de identidad, en mi leitmotiv,..

Hay gente que lleva una pulsera o medalla con una enfermedad o una alergia, yo me voy a tatuar “Stone heart” aunque quizás cuando lo vean ya va a ser demasiado tarde.

No busco hacer daño, me piden la verdad y soy sincero. Quizás el error sea, que tardo un tiempo en saber la verdad, me gusta probar y arriesgarme,.. Pero en cuanto sé mi verdad, lo digo y eso nunca gusta. Me hago el harakiri a cada palabra que pronuncio. Siento como mis palabras se convierten en el poema de despedida previo al desenlace final, como la kodachi va entrando lentamente, muy lentamente por mi bajo vientre, hasta destrozar todo mi estómago. Siento que mi verdad sale para convertirse en todo lo contrario en oídos de otra persona. La honestidad del harakiri se convierte en traición, falsedad e hipocresía y todo eso me desgarra las tripas por y para siempre a cada harakiri que me practico.

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Mis susurros se vuelven gritos para mis adentros, por eso nadie los escucha.

Me gusta sentarme a la orilla del mar y ver ocultarse el sol, a veces los peces decide saltar fuera del agua y venir a verme. Todo es muy bonito, pero no dejo de pensar que se van a quedar sin oxígeno, que necesitan volver al agua o sus vidas se perderán. A veces es fácil hacerles ver que tienen que volver, pero otra veces,.. No sé por qué se aferran a una muerte segura.

Mis pesadillas las sueño despierto y a veces siento que vivo soñando.

Pánico tengo a que mi corazón deje de gritar y que se quede mudo, insensible para siempre. Pero del mismo modo no dejo que se exprese libremente. Si, lo sé. Es pura contradicción. Por un lado, en lo más profundo, lo deseo (quizás por qué nunca lo he sentido) y por otro huyo de cualquier riesgo. Busco sobrevivir, soy un mero superviviente que ha obtenido su particular coraza en el control. Ya no me dejo llevar libremente por las emociones, he aprendido que analizando cada gesto, cada movimiento, cada palabra que sale de mi boca,.. Me siento más seguro. Intento minimizar las veces que tengo que sacar la kodachi, quizás hayan sido demasiadas ya,..

La soledad es siempre una liberación necesaria para mí, es una vuelta a mi yo básico, intento recuperar a ese ser verdadero y genuino que tenemos muy adentro nuestro. Para volver a construir sobre él.

No soy ese maniquí de cambiar de ropa según modas y que sitúan aquí o allí sin importarles lo más mínimo su opinión.

Me niego a ser algo que no quiero ser.

 

 

Kodachi es una espada corta, más corta que la katana, que utilizan los samuráis para realizar el ritual del seppuku (harakiri)

Próxima sesión del club de lectura: Súbditos de un rey lejano

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subditos de un rey lejano

Nuestro próximo libro propuesto para el Club de Lectura se titula Súbditos de un rey lejano de Juan Manuel Guillén. Aún no hemos fijado una fecha exacta (esperamos en torno al mes de abril) pero estamos ya en conversaciones con el autor, que previsiblemente nos honrará con su presencia y, por tanto, tendremos ocasión de departir con él el contenido de esta novela histórica y los entresijos sobre cómo la fraguó.

Informaremos próximamente a través del blog de los detalles del evento, así como en nuestro grupo de facebook: https://www.facebook.com/peripeciasenlaazotea

Mientras tanto, aquí os compartimos el enlace de la editorial con un poco más de información sobre el libro y el autor: http://grupodauro.com/2015/10/20/subditos-de-un-rey-lejano/