El Huracán.-
De la unión del viento y la mar nació una bonita tempestad, con mucho genio y bastante mal criada. En pocas horas pasó de ser un mero suspiro de amor a convertirse en un ser destructor con un poder descomunal.
La joven tempestad se fijó en una minúscula criatura que surcaba su reino y que lentamente avanzaba haciendo caso omiso a su cada vez más poderosa estampa.
“¿Quién le ha dado permiso a ese insignificante ser para nadar en mis aguas?” – Se preguntaba soberbia henchida por su juventud-, “¿me tengo que convertir en un huracán para que me tengáis miedo? Insolentes”.
La ambiciosa tormenta quiso poner a prueba al intruso. Mandó viento y mucho frío a su encuentro, a la vez que evolucionó a tormenta eléctrica llenando el cielo de nubes cumulonimbos de aspecto muy amenazante. Las cargó con mucho aparato eléctrico, lanzando una oleada de rayos y truenos contra el nadador. Todo fue inútil, el nadador ni se inmutó.
La tormenta se rehízo cogiendo mucho más poder, convirtiéndose en un huracán de grado dos, estaba enfurecida. Llena de ira, le mandó una ola de más de treinta metros de altura para que se la tragara como la ballena al plancton. Pero en cuanto pasó la demoledora ola, el nadador volvió a surgir de la enfurecida mar como si no hubiera pasado nada.
Posteriormente le mandó infinidad de olas rápidas y vientos con una fuerza descomunal, una tras de otra llegaban sin aviso. La impetuosa tempestad quería asestar el golpe definitivo. La velocidad del viento se incrementó hasta cerca de los trecientos veinte kilómetros hora, convirtiéndose en un huracán de categoría cinco y bautizándose con el nombre de “Huracán Mary”. El mundo asustado rezaba para que su poder destructor no tocara tierra. Las autoridades comenzaban a desalojar las costas más cercanas. Pero al huracán solo le interesaba ese insignificante ser.
Sabía que eso no lo podría soportar ningún ser viviente y que tarde o temprano su infinito poder le haría destrozar a ese ser que parecía inhumano.
Hasta que de pronto, el nadador desapareció.
No se lo podía creer, había vencido.
Aún no se fiaba y revisó cada centímetro de mar en busca de su encarnizado enemigo, pero no lo halló. Su furia fue desapareciendo a la vez que su bravura, sin un enemigo como objetivo es difícil motivarse por lo que a las pocas horas volvió a convertirse en una pequeña y estupenda tormenta que no llegó a tocar tierra.
El nadador.-
A cada brazada sentía como su cuerpo se estilizaba y atravesaba el agua con sutileza y rapidez. Sus músculos, en tensión por el esfuerzo, se estiraban para avanzar el máximo de metros. Mientras sus manos, por debajo del agua, procuraban mover gran cantidad de ella para poder propulsar el resto del cuerpo. El motor de cola eran los pies que a brazo cambiado, ejercían una gran fuerza e impulsaba el resto del cuerpo hacia adelante. La respiración la llevaba cada dos brazadas, lado contrario a donde el oleaje le golpeaba. Su mirada fija en la profunda oscuridad del mar, no le hacía perder los nervios. Todos esos movimientos estaban automatizados.

El cielo se oscureció, comenzó a llover, granizar. Los rayos se sucedían a gran velocidad a la vez que el estruendo de los truenos. La mar le golpeaba con fuerza, pero no dejaba de nadar, de moverse constante entre las olas. No sentía frío, nunca lo sentía. En uno de sus movimientos para respirar hizo una mirada rápida al frente, sus pulsaciones se elevaron y no dejaron de subir hasta que hizo una visual alrededor suya mientras continuaba nadando, solo había agua y cada vez más embravecida. Su mente, como una cámara cenital que en progresión se iba alejando de él, le fue mostrando una imagen esperpéntica de un nadador luchando en medio de un inmenso y salvaje océano, hasta que ese nadador se convirtió en un simple punto para posteriormente desaparecer en el azul oscuro del mar. Buscó la tranquilidad en su mente y la encontró muy al fondo, en un recuerdo; nadaba entre peces de diferentes formas y colores en un mar turquesa de coral, su simbiosis era perfecta con el entorno y se sentía totalmente integrado en un medio que no era el suyo. Era maravilloso, parecía un anuncio de televisión.
Un golpe de mar lo sacó de su ensoñación para mostrarle la crudeza de su verdadera realidad. En una fugaz mirada al frente sus ojos vislumbraron una gran ola, que como un gran muro se levantaba delante de él, solo le dio tiempo a hundir la cabeza en el agua. Antes de que toneladas de agua helada cayeran sobre él, convirtiéndolo todo en una inmensa lavadora. Todo desapareció a los pocos minutos.
Las olas lo balanceaban de una cresta a otra, de la nieve de un pico a la espuma efervescente de la otra. Lo que inicialmente pudo ser un baile terminó convirtiéndose en una pesadilla.
El desenlace.-
Las olas le golpeaban con fuerza, a la séptima u octava ola sintió desfallecer. Una ola lo había golpeado con tal fuerza que había perdido un brazo y por primera vez comenzó a hundirse lentamente. Cuando ya estaba a punto de caer por un agujero negro muy profundo, sintió un pequeño golpe en su espalda y como algo le empujaba hacía arriba para llevarlo a un remanso de mar, el aire había desaparecido, las olas también. Entendió que se encontraba en el ojo del huracán. Un delfín lo depositó encima de una vieja tortuga. Que lentamente lo llevó al centro del remanso.
Después de tanta fuerza, ira, poder. Había llegado a un lugar donde sólo había paz.
Los delfines, ballenas y demás peces deambulaban por allí felices, todos los animales se protegían en ese maravilloso lugar. Ningún hombre osaría llegar allí con sus barcos, redes y arpones. La tempestad acabaría con ellos, como ha hecho otras veces.
Los delfines comenzaron a saltar alrededor, las ballenas se acercaban. Todos con gestos de admiración hacía el magnífico nadador que ha luchado contra un huracán. De la tortuga pasó a una ballena que la paseó en su costado enseñándole las maravillas de ese lugar y presentándole a los habitantes de ese paraíso. Todos querían conocer al héroe que le había echado un pulso a tan temible tormenta.
Lo intentaron convencer para que se quedara entre ellos, era el mejor sitio para un geyperman nadador. Pero surgió el problema de que ya no podía nadar y él era un nadador profesional. El más elegante y rápido de la tienda de juguetes o por lo menos eso ponía en la publicidad. Pero al faltarle un brazo no podía seguir nadando. Una merluza que andaba por allí comentó que ella vio caer el brazo en el agujero más profundo y oscuro de ese océano. Todos los presentes se miraron asustados.
Finalmente, la solución la dio la tortuga más vieja, le ofreció su caparazón para que pudiera vivir, tan solo debía de mantenerla limpia y ordenada. Ella prometió enseñarle todos los mares y océanos, tenían toda la vida por delante.
Fue entonces cuando el geyperman nadador cumplió su máximo deseo de vivir en el mar.
La moraleja.-
Para cada persona esta fábula puede tener una moraleja distinta, me encantaría leer la tuya. ¿Cuál es la moraleja, para ti, de esta historia?

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