Un inquietante cosquilleo

Un inquietante cosquilleo

Un inquietante cosquilleo

Desde la profundidad del sueño que la invadía notaba un ligero cosquilleo por todo el cuerpo. Era un cosquilleo desconocido e inquietante. Al principio sólo lo notaba en los pies, tardó muy poco en subir por las pantorrillas y delgados muslos de una niña de cinco años. En poco tiempo lo notó subir hacia su barriga, pecho, brazos y cara. El miedo la invadía y paralizaba. Quería despertarse. Abrir los ojos. Averiguar de dónde procedía ese cosquilleo.

Sabía que estaba soñando, que cuando sueñas las cosas no son reales. Se lo había dicho su padre numerosas noches. Todas las que ella lo llamaba para decirle que había un monstruo en el armario o debajo de la cama. Y él, llegaba con serenidad e intentaba calmarla contándole que los sueños son sólo sueños, imágenes que pasan por la cabeza mientras duermes, como una película para entretener al cerebro mientras descansamos del ajetreado día. Pero aún así, seguía notando ese horrible cosquilleo.

Hizo acopio de fuerzas, mentales o físicas, las que hicieran falta en los sueños, consiguió abrir los párpados y levantar levemente el cuello para mirar su cuerpecillo. El miedo se convirtió en pánico, quería moverse, levantarse, salir corriendo, espantar y sacudir de su cuerpo todas aquellas hormigas que andaban por encima suyo, como si fuera un animalillo muerto del que alimentarse. Pero no pudo. Alguna fuerza superior la atraía sin remedio a la cama. Miraba sus brazos cada vez más llenos de hormigas. No podía soportarlo. Era escalofriante querer levantarse, salir de allí y no poder mover ni un sólo músculo. Esto no podía ser real. Sigue leyendo